Miguel Peydro y el Concordato de 1953
- Escrito por Eduardo Montagut
- Publicado en Historalia
Miguel Peydro (1913-1998) fue un personaje fundamental del socialismo murciano, además de en el exilio y en la clandestinidad. Nacido en 1913 en Lorca, fue abogado y miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, periodista, activo sindicalista y socialista, escritor, y que en 1957 regresó a España para ejercer su profesión de abogado y seguir militando, aunque en la clandestinidad, en la causa socialista. Al principio se quedó en el sector histórico del Partido Socialista cuando se produjo la escisión de 1972, aunque diez años después se incorporaría al PSOE, siendo elegido presidente de la Federación Socialista Madrileña y diputado por la Asamblea de Madrid. Hace un tiempo recuperamos en El Obrero uno de sus textos sobre qué era la civilización para la izquierda. Hoy queremos conocer su opinión, desde las páginas de El Socialista, sobre el Concordato firmado en 1953.
Para Peydro el Vaticano siempre actuaba con cautela, además de poseer una especie de doble personalidad. Por un lado, encarnaba la dirección y administración suprema de cuanto concernía a la Iglesia y a la religión católica en todo el mundo en todos sus aspectos, pero, por otro lado, la Santa Sede era una potencia política con ramificaciones profundas en todos los países, y con una influencia evidente. Aludía a que Stalin se había burlado de la capacidad material del papa porque no contaba con fuerzas armadas, pero la Santa Sede no necesitaba soldados ni armas, siendo, en la opinión de Peydro el Estado que mejor había salido de la Segunda Guerra Mundial. Nada había expuesto, obteniendo una posición privilegiada en la posguerra, algo que no parecía augurar antes. El Vaticano contaba con un ejército por todo el mundo, compuesto por millones de católicos, sacerdotes, religiosos, etc., que llegado el momento obedecían ciegamente las directrices remitidas desde Roma. El Vaticano se había convertido en la muralla que detenía todo avance, progreso y libertad. Frente a la democracia en todos los sentidos se alzaba inflexiblemente empleando cuantos medios creyese oportunos. Debemos tener en cuenta que todavía faltaba un tiempo para que las cosas en la Iglesia Católica cambiasen con Juan XXIII y el inicio del Concilio Vaticano II.
Llamaba la atención que en distintas partes se generaban escándalos sobre los partidos comunistas, considerados como especies de “quintas columnas”, y en cambio no había reacciones ante las “quintas columnas” de signo católico.
Precisamente, por su enorme importancia en el mundo, la Santa Sede obraba siempre, como quedaba indicado al principio, con cautela en su acción pública, pero cuando el momento crítico esperado llegaba, se caía dicha cautela y aparecía en toda su realidad y magnitud el triunfo de sus intereses, amparados por la sutil diplomacia vaticana.
Para Peydro los españoles liberales, fueran o no católicos, no tenían más que motivos de queja con la conducta observada por la Santa Sede en relación con España. El Vaticano había silenciado todas las violaciones jurídicas y de derechos cometidas por la Dictadura franquista desde 1939. La Iglesia española, además, no se había caracterizado por amparar a todo el mundo.
Después de muchos años de negociaciones, el 27 de agosto de 1953, cuando nada parecía augurar tal acontecimiento y cuando más necesitado estaba Franco de ayuda internacional, se firmaba el Concordato, aludiendo, precisamente, a la cautela y el sigilo que Roma imprimió a todo el proceso, como es bien sabido.
El Concordato no se había firmado para aliviar la situación material de los españoles, y Peydro afirmaba, además, que gran parte de lo acordado ya se practicaba con tratados previos, aludiendo, seguramente, a los acuerdos que se fueron firmando en los años cuarenta entre Roma y Madrid. El valor del Concordato era dar el visto bueno al régimen franquista, como una especie de “absolución pública” de todos los “pecados del franquismo”, una especie de patente de buena conducta que la Iglesia otorgaba a un régimen reprobado, así como una invitación para que los Estados Unidos abandonasen sus últimos reparos que pudieran albergar para tratar con Franco.
El Concordato, por lo tanto, era un documento con fines políticos y supondría un triunfo para Franco y no una victoria de la Santa Sede porque el periodista y jurista socialista consideraba que no innovaba, sino que sancionaba una realidad de poder de la Iglesia en España, un Estado “clerical, intransigente, fanático, donde no se permite más culto que el católico, donde todo ataque o crítica la doctrina católica constituye un delito penado en el Código penal”.
Para Peydro la diplomacia vaticana no se había lucido mucho. El Concordato era un instrumento político al servicio del franquismo. Por nuestra parte, no creemos que la Iglesia no sacara nada de este acuerdo, sin negar el espaldarazo diplomático para Franco que supuso mismo. En un próximo artículo veremos que opinaba, al respecto, Rodolfo Llopis porque su visión parece que incidía más en el éxito del Concordato para la Iglesia.
Hemos trabajado con el número del 17 de septiembre de 1953 de El Socialista.
Eduardo Montagut
Doctor en Historia. Autor de trabajos de investigación en Historia Moderna y Contemporánea, así como de Memoria Histórica.
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