Socialismo y religión en Vandervelde
- Escrito por Eduardo Montagut
- Publicado en Historalia
Vida Socialista publicó en septiembre de 1911 un trabajo del destacado socialista belga Émile Vandervelde, sobre las relaciones entre el socialismo y la religión.
Citaba la fórmula alemana del Programa de Erfurt donde se afirmó que la religión era una cuestión privada. La interpretación parecía clara, los partidos socialistas no tenían que ocuparse de las convicciones religiosas de sus militantes, pero las iglesias, es decir, las confesiones religiosas debían se tratadas con arreglo al derecho común como asociaciones “desprovistas de todo carácter público”.
Por otro lado, dicha fórmula no significaba que el socialismo debiera desinteresarse de las cuestiones religiosas, como tampoco significaba que los principios del socialismo pudieran conciliarse con los que servían de fundamento a las religiones, con las que denominaba “religiones de autoridad”. A primera vista podría parecer que dicha conciliación fuera posible porque el socialismo era una doctrina económica y las religiones, concepciones metafísicas, y siempre que cada uno se circunscribirá claramente a sus dominios o ámbitos.
Vandervelde definía el socialismo, desde el punto de vista exclusivo económico, como el movimiento del proletariado y de rebeldía contra la explotación capitalista, teniendo como fin realizar la apropiación colectiva de los medios de producción. Por su parte, la religión, y también desde el punto de vista estricto que le había dado nuestro autor, era la creencia en los sobrenatural y la intervención de un ser transcendental, de un Dios, exterior al mundo, en el gobierno del mundo y, especialmente, en las cosas humanas.
Si ambas definiciones se confrontaban, y seguimos la tesis de Vandervelde, no parecía que se apreciase incompatibilidad alguna entre la creencia en lo sobrenatural y las reivindicaciones socialistas. Así pues, se podía creer en lo sobrenatural, en la intervención de la Providencia en las cosas humanas y estar convencido de la evolución social hacia el colectivismo. Se podían también aceptar las teorías socialistas y admitir al mismo tiempo el libre albedrío, la inmortalidad del alma, y la existencia de un Dios.
Pero el problema aparecía con el concepto que ya había mencionado Vandervelde de las “religiones de autoridad”, señalando como principal de ellas, la católica, porque no se limitaban a manifestaciones de orden metafísico, sino que pretendían derivar de ellas reglas morales, concepciones sociales determinadas.
Pero, por otro lado, si el socialismo buscaba realizar la apropiación de los medios de producción, no era menos cierto que dicha transformación radical de las condiciones económicas terminaría originando transformaciones paralelas en toda la superestructura política, jurídica y religiosa de la sociedad.
También se producía que los que querían mantener intacta dicha superestructura, y conscientes de la relación que existía entre las distintas formas de conservadurismo, social, político y religioso, consideraban el socialismo como su peor enemigo y como una fuerza subversiva a la vez contra la propiedad, la familia y la religión, aunque quería dejar claro que se refería no a esos conceptos de forma general, sino a como estaban conformados en el régimen capitalista.
No parecía admitir duda de que, si la propiedad colectiva viniera a sustituir a la propiedad capitalista, la organización de la familia, caracterizada por la desigualdad jurídica de los sexos y por la indisolubilidad legal del matrimonio, sufriría transformaciones en el sentido de la libertad y de la igualdad, pero esto en nada alcanzaría a lo que habría de permanente y de esencial en la organización familiar. Al contrario, los lazos de cariño entre el hombre y la mujer, y entre los padres y los hijos serían más fuertes cuando cesase el modelo familiar como órgano de transmisión de propiedades.
Del mismo modo, en una sociedad de hombres libres en lo político y en lo económico, la organización autoritaria y jerárquica de las iglesias y, muy particularmente de la Iglesia Católica se estimaría como un anacronismo, como un absurdo, pero los problemas que surgían de la raíz de toda religión no subsistirían menos por eso, es decir, que el concepto de autoridad era cuestionado, pero no las cuestiones religiosas en sí porque en una sociedad donde los trabajadores se hubieran emancipado plenamente, es decir, donde se hubiera superado la división de clases, los hombres seguirían preguntándose que era la vida y la muerte.
Vandervelde consideraba que podían subsistir las iglesias o fundarse otras nuevas entre los que tuvieran el mismo ideal, y los hombres podrían o no creer en la existencia de Dios o en la vida futura, pero fuera de esas nociones, sin negarlas o sin afirmarlas, se organizaría la vida social.
En conclusión, el socialista belga había querido demostrar que el problema era cuando las iglesias querían ejercer dominio, imponerse, no el de la confesión en sí, no en relación con las cuestiones religiosas, ámbito completamente privado.
Nuestra fuente ha sido el número del 17 de septiembre de 1911 de Vida Socialista.
Eduardo Montagut
Doctor en Historia. Autor de trabajos de investigación en Historia Moderna y Contemporánea, así como de Memoria Histórica.