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Las dos Españas ante el Anchluss (1938)


(Tiempo de lectura: 3 - 6 minutos)
@latinapaterson vía Twitter. @latinapaterson vía Twitter.

A comienzos de 1938, la España franquista había logrado cierta aceptación por parte de las potencias occidentales, especialmente Gran Bretaña, mientras sus servicios diplomáticos mantenían un difícil equilibrio con Alemania e Italia ya que necesitaban su ayuda militar y económica en la guerra. El Anchluss -incorporación de Austria a Alemania el 13 marzo- supuso un sobresalto para Burgos. La anexión de Austria podía crear problemas entre Alemania e Italia debido al apoyo de Mussolini al Gobierno austriaco materializado en el llamado Frente de Stressa en 1935, de acuerdo con Londres y París. Por otra parte la Santa Sede, al apoyar la independencia de Austria, bastión católico frente al expansionismo nazi, creó una tensión con los estados totalitarios que podía afectar a la política exterior de la España nacional, y Franco necesitaba el apoyo diplomático e ideológico total de la Santa Sede como cobertura moral, por dos decisivos motivos: por la afinidad de sus bases sociales católicas, muchos de cuyos líderes recelaban de los totalitarismos paganos, y por la presión que ejercían sobre El Vaticano ciertos sectores de la prensa católica, especialmente francesa y belga, contra la España nacional al considerarla alineada políticamente con las directrices del fascismo. Por su parte, la España republicana intentó que París y Londres modificaran su actitud hacia ella, promoviendo una mayor colaboración militar y política, utilizando el miedo a la expansión del nazismo sobre Europa, al calor de los sucesos austriacos.

Nada más conocerse la entrada de tropas alemanas en Austria, el ministro de Asuntos Exteriores franquista -general Jordana- solicitó a sus embajadores en Londres y París información sobre la reacción de las potencias democráticas. Al poco tiempo, llegaron tranquilizadoras contestaciones ante la escasa reacción, tanto británica como francesa, que se centró en meros comunicados de protesta. Pese a todo, y aceptando los hechos consumados felicitando al Gobierno alemán, Jordana adoptó determinadas reservas por lo inoportuno del momento, urgiendo al embajador en Berlín, Magaz, a informar con más precisión sobre la evolución de los acontecimientos, especialmente por las vinculaciones con Francia y Gran Bretaña y la posible incidencia en la Guerra Civil Española. En el fondo, temía que las potencias democráticas reaccionaran otorgando mayor ayuda y legitimidad a la España republicana, para equilibrar la situación europea.

Magaz comunicó que el Anschluss no supondría un cambio nuevo en las fronteras europeas, pese a los recelos franceses. Sin embargo, expuso que el plebiscito organizado en Austria por los nazis con motivo de la reafirmación de la unión podía provocar problemas, tensando innecesariamente una situación de hecho. En este sentido, las demandas germanas ante Burgos, solicitando mayores facilidades para que los alemanes y austríacos residentes en la España nacional pudieran votar, fueron atendidas con la mayor colaboración. Pero si la relación con Alemania pareció fluir sin problemas, la situación diplomática con Italia y la Santa Sede fue más complicada.

Desde Roma, el embajador franquista, García Conde, envió un informe a Jordana cuya idea central era el hecho de que la anexión de Austria había sido, esperada por el Gobierno italiano, en especial después de la entrevista mantenida entre el canciller Schuschnigg y Hitler el 12 de febrero en Berchtesgaden, de la cual el primero no informó a Mussolini, lo que provocó ya un aumento de recelos y desconfianzas al ministro de Asuntos Exteriores, conde Ciano, en la conferencia de Budapest. En la misma había presionado a Austria para que fijase de una manera definitiva y clara su posición titubeante, que inspiraba serias desconfianzas a Italia, y que fue utilizada por el Duce para justificar su no intervención. No obstante, en el mismo informe fue reafirmada la amistad germanoitaliana, el respetó alemán a la frontera italiana del Brenero y la negativa de Berlín a provocar un conflicto con Francia por cuestión de problemas fronterizos.

La respuesta de El Vaticano fue, en cambio, más conflictiva y provocó recelos diplomáticos con el Gobierno italiano. El embajador franquista ante la Santa Sede, Pablo Churruca, alertó sobre los negros tintes que esa enemistad podía tener en su relación con la Guerra Civil española. “L´Osservatore romano” denunció la anexión como un acto que podría ser el origen del desencadenamiento de otros más graves: los nazis habían comenzado a registrar a altas jerarquías de la Iglesia austriaca y a clausurar sedes de la Acción Católica, garantizadas bajo el Concordato. La preocupación de Churruca fue en aumento, máxime cuando en El Vaticano una parte de los prelados advirtieron sobre un peligroso giro ideológico que podría tomar la España nacional, al vincularse excesivamente con las nuevas religiones políticas del Eje. En medio de esta tensión, Burgos promulgó la abolición de la ley del matrimonio civil para acercase más al Vaticano, pero al mismo tiempo realizó gestos de acercamiento diplomático a Gran Bretaña y Francia, lo que irritó a Mussolini. En Austria se inició, mientras, una de las tensiones más importantes entre Pío XI y Hitler. El 14 de abril, la Santa Sede publicó un duro alegato contra las doctrinas en las que se inspiraban los Estados totalitarios. El documento publicado bajo el título “Proposiciones condenadas sobre el panteísmo evolutivo, el racismo y el Estado totalitario” y, tras condenar una serie de principios como la superioridad racial, la sumisión del ser humano a los dictados del Estado, etc, exhortaba a las Universidades católicas a refutar las teorías de las nuevas religiones paganas.

La tensión europea tras el Anchluss había provocado serias dudas al Gobierno franquista sobre el mejor camino a seguir. Necesitaba consolidar y afianzar por todos los medios su soporte ideológico y doctrinal con El Vaticano, sin deteriorar sus relaciones con Roma y Berlín, cuyo apoyo militar y material resultaba todavía decisivo. El general Jordana optó, ante ello, por una política exterior ecléctica y neutral ante la tensión diplomática generada por la anexión de Austria que tendría su aparente final en el pacto de Munich en septiembre de ese mismo año. Así, Jordana quiso evitar una posible intervención militar francesa en favor de la España republicana. La situación de tensión en Europa Oriental ante ese hecho también aconsejó, según los informes de los diplomáticos asentados en aquellos países, una política de cautela.

Durante el resto de meses de 1938, el Ministerio de Asuntos Exteriores franquista navegó por el filo de una navaja: jamás desairar a las potencias democráticas, no adoptar una posición ideológica y política excesivamente pro Eje, no yendo más allá de una discreta adhesión, intentando mantener los máximos cauces de entendimiento con El Vaticano. El Ministerio de Estado republicano, por el contrario, aumentó sus contactos con algunos gobiernos europeos para alertarse sobre el expansionismo alemán, soñando con un estallido de un conflicto general en Europa que le proveyera de aliados más eficaces en la guerra española, lo cual no tuvo lugar.

Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea por la UAM.