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Caín de Saramago. Una lectura en contexto (III)


(Tiempo de lectura: 4 - 8 minutos)

Abraham, Lilith y Lot: el desafío a la obediencia

Lilith o Lilit, es una figura iconográfica representada en las artes plásticas en la tradición judeocristiana, como mujer fatal en los finales del siglo XIX y actualmente utilizada en publicidad.

Los judíos que vivían en Babilonia llevaron a su tierra de origen la creencia en esta criatura maligna, cuyo nombre, adaptado a la fonética del hebreo como לילית (Lilith), se puso en relación con la palabra parónima hebrea ליל, laila, ‘noche’. El origen de la leyenda que presenta a Lilith como primera mujer se encuentra en una interpretación rabínica de Génesis 1, 27.4. Antes de explicar que Yahveh dio a Adán una esposa llamada Eva, formada a partir de su costilla,​ el texto dice: «Creó, pues, Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó». Si bien hoy suele interpretarse esto como un mismo hecho explicado dos veces, otra interpretación posible es que Dios creó en primer lugar una mujer a imagen suya, formada al mismo tiempo que Adán, y solo más tarde creó de la costilla de Adán a Eva.

La figura de Lilith como esposa rebelde de Adán, que abandona a su marido y el jardín del Edén, aparece por primera vez en el folclore judío de mano del Alfabeto de Sirach, un texto medieval de tono satírico datado entre los años 700 y 1000. Formula la historia como parte de una narración contada por Ben Sira al rey Nabucodonosor II, la cual también introduce la tradición mágico-religiosa de poner un amuleto alrededor del cuello de los niños recién nacidos, con el nombre de tres ángeles (Snvi, Snsvi, Smnglof), a fin de protegerlos de Lilith hasta recibir la circuncisión.

El Génesis Rabba, midrás sobre el libro del Génesis, recopilado en el siglo XV en Palestina, señala que Eva no existía todavía en el sexto día de la Creación. Entonces Yahvéh había dispuesto que Adán diese nombre a todas las bestias, aves y otros seres vivientes. Cuando desfilaron ante él en parejas, macho y hembra, Adán —que ya era un hombre de veinte años— sintió celos de su amor, y aunque copuló con cada hembra por turnos, no encontró satisfacción en el acto. Por ello exclamó: «¡Todas las criaturas tienen la pareja apropiada, menos yo!», y rogó al Dios que remediara esa injusticia.

Según el Yalqut Reubeni, colección de comentarios cabalísticos acerca del Pentateuco, recopilada por R. Reuben ben Hoshke Cohen (muerto en 1673) en Praga:

Yahvéh formó entonces a Lilith, la primera mujer, del mismo modo que había formado a Adán. De la unión de Adán con esta hembra, y con otra parecida llamada Naamá, hermana de Tubalcaín, nacieron Asmodeo e innumerables demonios que todavía atormentan a la humanidad. Muchas generaciones después, Lilit y Naamá se presentaron ante el tribunal de Salomón disfrazadas como rameras de Jerusalén. (p. 345)

Adán y Lilith nunca hallaron armonía juntos, pues cuando él deseaba tener relaciones sexuales con ella, Lilith se sentía ofendida por la postura acostada que él le exigía. «¿Por qué he de acostarme debajo de ti? —preguntaba—: yo también fui hecha con polvo, y por lo tanto soy tu igual». Como Adán trató de obligarla a obedecer, Lilith, encolerizada, pronunció el nombre mágico de Dios, se elevó por los aires y lo abandonó.

Saliendo del Edén fue a dar a las orillas del mar Rojo (hogar de muchos demonios). Allí se entregó a la lujuria con éstos, dando a luz a los lilim. Cuando tres ángeles de Dios fueron a buscarla (Snvi, Snsvi y Smnglof), ella se negó. El cielo la castigó haciendo que muriesen cien de sus hijos al día. Desde entonces las tradiciones judías medievales dicen que ella intenta vengarse matando a los niños menores de ocho días, incircuncisos.

En el mito sumerio Lilith es una diosa o fuerza independiente asociada a la oscuridad y temida por los hombres. En el mito hebraico representaría la igualdad frente al hombre ya que fue creada a su semejanza. Así, viéndose igual a Adán se rebeló ante sus exigencias de sometimiento y lo abandonó. Tuvo otros amores y muchos hijos. Fue, en este sentido la primera mujer libre de la historia y por ello considerada tradicionalmente como 'mujer fatal', la perdición de los hombres, la diablesa, la demoníaca, la femme fatal de la que había que alejarse. Representaba todo lo contrario de la esposa fiel y madre abnegada y obediente. En la tradición judeocristiana, se perpetúa la imagen de Lilith a lo largo del tiempo con diferentes iconografías y características: serpiente, mitad animal y mitad humana, diablesa, mujer de belleza y sensualidad arrebatadora, siempre desnuda y provocadora.

En el último tercio del siglo XIX aparecen, primero en los prerrafaelistas, diversas representaciones de la mujer como mujer fatal o femme fatale como respuesta a las demandas de emancipación -igualdad de derechos, libertad sexual, sufragio- de la mujer. Estos artistas recuperan la iconografía tradicional, actualizándola, ante el miedo que sentían ante las reivindicaciones de los movimientos de las sufragistas. Erika Bornay en Las hijas de Lilith, (Cátedra, 2010) sostiene que la sociedad patriarcal no aceptaba esas demandas y, algunos de los artistas de la época ofrecieron representaciones extravagantes y exageradas del peligro que la mujer podía representar, para lo que la pintaban recurriendo a la iconografía histórica -Judit, Salomé, Lilith- siempre representadas desnudas y en actitud insolente, provocadora o altiva. Dichas obras reflejan el desconcierto, el miedo y oscuro deseo de los hombres que no llegaban a comprenderlas.

Para Saramago, Lot tiene todo el derecho de volverse a encontrar con el pasado: “Hasta hoy nadie ha conseguido comprender por qué fue castigada de esa manera, cuando es tan natural que queramos saber qué pasa a nuestras espaldas”. (p. 107) Lo que no entiende Saramago a lo largo de todo el análisis de los personajes y acciones con las que su pupilo se encuentra, y que sin duda se une a la materia central del libro, es el principio de la obediencia en general, el poder que puede ejercer un “ser superior” castigando continuamente a los seres de la tierra sin poder acoger para si ninguna perspectiva y lo que mayor peso tiene es la privación de libertad y obedicencia, menos a un ser superior.

La misma obsesión manifiesta en la incapacidad de comprender que un padre pueda disponer de la vida de su hijo, entrando en un debate sobre el caso ante la imposibilidad de asumir el poder que un padre o una madre pueda tener sobre el nacimiento de un hijo, por ejemplo. Este tema controversial en nuestra actualidad, se confronta con la función del “Señor” que deja que mueran niños, como seguimos haciendo los hombres en cierto modo, no parece destacar del lado de qué o de quién está Saramago. Así lo expone Saramago claramente las siguientes frases dedicadas a Abraham:

El señor no es persona de la que uno pueda fijarse. Hará unos tres días, no mucho más, el señor le dijo a abraham, padre del muchachito que llevaba a la espalda el haz de leña, llevate contigo a tu unico hijo, isaac, a quien tanto quieres, vete a la region del moria, y me lo ofreces en sacrificio sobre uno de los montes que te indicaré. El lector ha leido bien, el señor ordenó a abraham que le sacrificase al propio hijo, con la mayor simplicidad lo hizo, como quien pide un vaso de agua cuando se tiene sed, lo que significa que era costumbre suya y muy arraigada. (p.88)

Y un poco más adelante también vuelve al mismo punto de partida: “No puede ser bueno un dios que le da a un padre la orden de que mate y queme en una hoguera a su propio hijo simplemente para poner a prueba su fe, eso no se le ocurriría ni al más maligno de los demonios” (p. 142)

Parece cierto entonces que este ensayo ¿Es un divertido poema herético e irreverente, o el doloroso testamento de un escritor que cierra su obra con el cuadro de una humanidad de la que no hay nada que salvar, ya que hasta su Dios es malo?

Lo que queda es la valentía de un Caín, por lo demás bastante simpático u compasivo que vaga por el mundo y observa por doquier la venganza de los hombres manipulados por un Dios vengativo e intolerante, y que se atreve a echarle en cara su propia maldad: Eres un malvado, Caín. ¡Tú mismo, Dios!

También se puede decir que uno se ríe amargamente de la lectura de esta fábula chirriante, servida por el inimitable estilo de Saramago, que atrapa al lector en un flujo ininterrumpido de comas, salpicado de puntos de humor y observaciones iconoclastas.

Lo paradójico es el final: “La historia ha acabado, no habrá nada más que contar”. (p.189). Una última frase intrigante y muy conmovedora cuando uno sabe que pocos meses después Saramago se iba para siempre. ¿Fue la premonición de un anciano que presintió que su fin estaba cerca? ¿Fue la lucidez del escritor sobre su última novela? Entonces, ¿por qué Saramago eligió la Biblia, Dios y su relación con los hombres, como tema de este último texto, o más bien fue al revés?

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-1Referencia

-2Saramago, José: Caín,Madrid, Alfaguara-Santillana (versión español) 2009.

-3Lycurgus A. Wilson, Life of David W . Patten, Salt Lake City: Deseret News, 1900, pg. 50. (El milagro del Perdón, p.61) (puede encontrarse en el siguiente enlace de los archivos de BYU :http://emp.byui.edu/marrottr/cainandpatten.pdf)

Doctora en filosofía y letras, Máster en Profesorado secundaria, Máster ELE, Doctorando en Ciencias de la Religión, Grado en Psicología, Máster en Neurociencia. Es autora de numerosos artículos para diferentes medios con más de cincuenta publicaciones sobre Galdós y trece poemarios. Es profesora en varias universidades y participa en cursos, debates y conferencias.